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jueves, 7 de marzo de 2013

El lenguaje esotérico de Don Quijote de la Mancha



Muchos han sido los autores que han dedicado vida y obra con el objetivo de desentrañar los miles de misterios con los que se tejió la que llegaría a ser la obra culmen de las letras españolas. Pero hay un don Quijote del que sólo unos pocos hablan y ese es el Quijote más oculto, el hermético.

Durante los siglos XVI y XVII el pensamiento hermético estaba muy enraizado entre los hombres y mujeres más avanzados, y formaba parte del cuadro de creencias y valores, así como de su universo espiritual y mental. En muchos casos este pensamiento iba más allá de la mística y se convertía en una realidad tangible de Dios, a través de prácticas herméticas. Estas no se encontraban al alcance del vulgo, sino que se lograban mediante la dedicación y el estudio, a través de los cuales se desarrollaba un espíritu capaz de asimilar las realidades más sutiles.

La transferencia de estos conocimientos se realizaba a través de un vehículo tan poco sospechoso de herejía como era la mitología, que permitía hablar veladamente de los misterios herméticos contenidos en la religión, y que explicados de forma teológica o alquímica hubieran levantado las iras de la Inquisición. Muchos son los autores herméticos, véase el caso de Eugene Canseliet, Víctor-Émile Michelet o Eugenio Philaleteo; los hermetistas contemporáneos Emmanuel d´Hooghvorst, Dominique Aubier y Ruth Reichelberg, quienes consideran que en el Quijote hay un lenguaje oculto conservado hasta la actualidad por el hermetismo en sus diversas formas, como la cábala y la alquimia.

LA CABALLERÍA, EL MÁS NOBLE DE LOS OFICIOS

Dice "El Zohar", el texto más importante de la Cabalá, que: "La Escritura sólo revela sus misterios a sus amantes. Los no iniciados pasan por su lado sin ver nada, pero se digna a mostrarse por un breve instante a quienes tienen dirigidas sus miradas, el corazón y el alma hacia la bien amada Escritura".

El caballero sabe y el vulgo no, aunque don Quijote puntualiza que el vulgo no es solamente el pueblo bajo: "Todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo".

Los libros de caballerías comenzaron a ver la luz en Europa en la época medieval y no es hasta el siglo XIV cuando ven la luz en España. "Amadis de Gaula", "Tirant lo Blanc" o "Historia del caballero de Dios", son tres de las grandes obras que se publicaron en España. Todas ellas, desde sus inicios europeos, tienen una misma finalidad: elevar la misión guerrera del caballero a categoría divina. Las pruebas que se presentan al protagonista de estas historias son una representación de los obstáculos que en la tierra se le presentan a los seres humanos para llegar a su objetivo primordial en esta vida, que es la de la unión mística con Dios, triunfo final del caballero.

La caballería de esta manera no puede ser una teoría, se convierte en una ciencia práctica, experimental y no especulativa. Lo dice en varias ocasiones el caballero don Quijote: "grandes e inauditas cosas ven los que profesan la orden de la andante caballería, pues esta arte y ejercicio excede a todas aquellas y aquellos que los hombres inventaron". En otra parte dirá nuestro héroe que los religiosos "piden al cielo el bien de la tierra", (son, por tanto, especulativos), mientras que "los soldados y caballeros ponemos en ejecución lo que ellos piden...".

Este punto es fundamental desde el punto de vista hermético, puesto que sin praxis no puede haber profecía: quien no conoce todo el misterio, posee a Dios sólo en espíritu, pero no en espíritu y cuerpo. El caballero ejerce a través de la valentía y la fuerza de la voluntad los designios de Dios y por Él está inspirado.

EL ARTE DE VER DETRÁS DE LA REALIDAD

Los encantamientos a los que se refiere don Quijote, provocados por sus "enemigos", dispuestos a todo para que el caballero andante no cumpla su misión, reflejan la lectura oculta de lo que por su apariencia no puede ver el profano, es el velo de Isis. Cuando Dulcinea aparece a los ojos de Sancho como una vulgar campesina, de olor nauseabundo, de maneras burdas, don Quijote asevera que esa es la presencia que le han dado sus enemigos hechiceros para desvirtuarla.

Los castillos, las ventas y quienes las habitan están hechizados, el mundo entero y la humanidad han caído bajo el poder del Príncipe de este mundo, el gran encantador. Encanto es una palabra muy usada en el Quijote, procede del latín `incanto' que, desde el siglo XIII, tiene el sentido de hechizar; está compuesto de la partícula privativa in y canto, es decir, sin el canto, sin sonido, mudo, sin voz.

La ciencia de la caballería tiene por misión desencantar y restaurar la humanidad, devolviendo a la creación su pureza prístina. Es la ciencia que desencanta el mundo y, al despertar la vida encantada que duerme en cada uno de nosotros, le devuelve la voz. Y esto es posible gracias al "arte y ejercicio" de la caballería, cuya ciencia "encierra en sí todas o las más ciencias del mundo", según nos dice don Quijote.

AMANTE Y PROFETA

El personaje de la enamorada, en el caso de don Quijote Dulcinea, es consustancial en las obras de caballería y pasa a tener un papel fundamental en este oficio, ya que el objeto de amor de los caballeros es su Dama y no los amores vulgares. Por lo tanto, a los caballeros les conviene, según don Quijote, las "cuatro eses que dicen han de tener los buenos enamorados": sabio, solo, solícito y secreto.

Otro de los aspectos fundamentales a la profesión de la caballería es que el que lo ejerza debe tener la virtud del profeta y en este sentido don Quijote posee el rasgo común a ellos y es que el mundo lo toma por loco, puesto que predica lo increíble y habla sólo de la verdad. Como dijo Platón: "los bienes más grandes nos vienen por la locura, que sin duda nos es concedida por un don divino. (...) Es más hermosa la locura que procede de la divinidad, que la cordura que tiene su origen en los hombres".

SANCHO PANZA, EL PERSONAJE CARNAL.

En el caso del buen escudero Sancho Panza, éste no monta un rocín como su amo sino un asno, más propio de su condición. Puede decirse que Sancho aún no ha sido creado, aún no cuenta para la vida futura, por eso duerme mientras su señor vela: "Duerme tú, que naciste para dormir", le recrimina don Quijote.

"Duerme el criado, y está velando el señor, pensando cómo le ha de sustentar, mejorar y hacer mercedes. La congoja de ver que el cielo se hace de bronce sin acudir a la tierra con el conveniente rocío no aflige al criado, sino al señor..." (Don Quijote).

Ante el espeso sopor del criado, corresponde al caballero librar todas las batallas, de ahí que su dormir sea "siempre velar" (Don Quijote). El escudero es consciente del estado en que se encuentran los que, como él, están dormidos en este mundo, y dice: "Sólo una cosa tiene mala el sueño, según he oído decir, y es que de un dormido a un muerto hay muy poca diferencia".

Su señor ha de batallar, pues, para hacer realidad lo que se dice en Efesios, 5, 14: "Despierta tú, que duermes". Don Quijote es el caballero andante, y a Sancho le califica como el "mal andante escudero". Anda errante porque ha perdido la memoria, ya no recuerda quién es, ni cuál es su verdadera patria.

Pertenece a la raza perdida de los lotófagos homéricos, pueblo de este mundo que se alimenta de las flores del olvido (Odisea, IX, 83).

De dos partes está formado el ser humano, la espiritual y la carnal, de quien Sancho resulta el paradigma en todo lo malo, pero también para todo lo bueno. Don Quijote y Sancho proceden del mismo lugar y siempre han de ir juntos: son, en definitiva, las dos partes que forman el ser humano. Aunque sólo el hombre espiritual participará del Siglo de Oro, hay algo en Sancho que, metamorfoseado, formará parte del mundo futuro, y ese algo justifica que todo caballero necesite un escudero.

Al final de la novela, Cervantes encarna a Dulcinea del Toboso a través de su pluma: "Para mí sola nació don Quijote, y yo para él; él supo obrar y yo escribir; sólo los dos somos para en uno" . Cervantes se reunirá con Dulcinea, la que fue su pluma celeste, la Musa inspiradora de su obra, el don de la Torah que se encarnó en el hombre para unir cielo y tierra y cumplir el misterio de la Unidad; el círculo se ha cerrado, ya no volverá a estar separado lo que Dios unió al principio.

Dostoieski dijo de "Don Quijote de la Mancha" que era "el libro más triste de todos". Ha habido autores, con otras miras que han opinado del caballero andante desde que es un adelantado de la revolución liberal, hasta un antisemita defensor de la pureza de sangre y de la Inquisición. Algunos han escrito que es la obra de un librepensador, y ciertos masones han querido ver encarnado en el personaje el espíritu de la masonería.

Pero entre tantas opiniones que se han vertido y que nunca dejarán de realizarse sobre esta joya literaria, hay una que sobresale, y es la de José Ortega y Gasset. El filósofo español dejó escrito que "no debemos juzgar las obras sino amarlas" y que Cervantes aún espera "que le nazca un nieto capaz de entenderle".

El Universo trágico de Shakespeare

Es indudable que la obra de Shakespeare y su enigmática personalidad continúan inalterables, como una esfinge cuyo misterio se resistiera a ser desvelado.

“Es una alta montaña con un volcán en la cumbre, pero con pulidas ciudades y cultivadas campiñas en la ladera… ¡Y, además, tan alegre!”
Muy de tarde en tarde la Humanidad se ve favorecida por la aparición de un ser excepcionalmente dotado para el arte, la virtud o el saber; y este chispazo providencial, producido en un cruce del espacio y el tiempo, puede trazar una parábola de luz a lo largo de la Historia.
Pero, como suele suceder con los grandes genios, las más brillantes alabanzas suelen ser precedidas por furibundas diatribas. En el caso de nuestro autor, el siglo XVIII, que se caracterizó por su extremada rigidez preceptiva, le criticó sus continuos “atropellos” a las unidades aristotélicas de acción, en tiempo y lugar. Posteriormente, en el siglo XIX, las críticas tomaron una dirección diferente. La moda del análisis, del racionalismo a ultranza, influyó para que Shakespeare, y también Homero, fueran sospechosos de no haber sido los auténticos autores de sus obras. Pero, aparte de estos y otros ataques, bastante ignorados hoy en día, es indudable que la obra de Shakespeare y su enigmática personalidad continúan inalterables, como una esfinge cuyo misterio se resistiera a ser desvelado. Este hecho, por otra parte, no hace sino confirmar el valor atemporal de su figura e indicarnos que los grandes genios serán siempre ensalzados o sepultados en la ignominia, pero nunca juzgados con plácida indiferencia.

Shakespeare y su época
En la Edad Media el término “tragedia” designaba un cambio dramático en la acción, un recorrido gradual desde la prosperidad hasta la desdicha, finalizando con la miseria y la muerte. En la época de la reina Elizabeth y Jacob I, una obra solamente requería un final desgraciado para ser considerada como tragedia. Pero, ante las obras de Shakespeare, advertimos una trasgresión de las reglas dramáticas de la época para conseguir una visión trágica que, aunque difiere en muchos aspectos del modelo griego, ha tenido una gran influencia en la civilización occidental.
La tragedia de Shakespeare es, a grandes rasgos, la historia de un personaje, el héroe. A veces son dos, el héroe y la heroína, aunque esto es más común en las tragedias que giran en torno al amor. La obra se desarrolla hasta llegar al punto culminante, que suele coincidir con la muerte del héroe, no una muerte repentina que ocurre por accidente, sino que esta es el resultado final en una espiral de sufrimientos y calamidades, elementos esenciales de la tragedia y generadores de emociones trágicas, tales como la compasión.
Para el hombre medieval, un brusco revés de fortuna en un hombre feliz, de elevada posición social, era un acontecimiento trágico que solía despertar un sentimiento de temor, pues implicaba que el hombre se hallaba en manos de un poder superior llamado Fortuna, que gobernaba su destino por completo. En este sentido se encuadran las tragedias de Shakespeare, que siempre afectan a individuos de relevancia social o política, como reyes, príncipes o aristócratas.
En relación con la acción como conflicto, podemos decir que, normalmente, implica a dos personas, siendo el héroe una de ellas. Hay un conflicto externo entre personas o grupos, pero también un conflicto de fuerzas en el interior del héroe, tales como el deseo, la pasión o la venganza. No son, por tanto, extremadamente virtuosos, pero sí seres excepcionales.
El mundo trágico de Shakespeare es un mundo de acción, y acción es el paso del pensamiento a la realidad. Los personajes siempre intentan llevar a cabo sus propias ideas, pero lo que consiguen finalmente no es lo que habían planeado. La acción humana es, por tanto, el elemento central de la tragedia, así como graves defectos que han hecho nido en la personalidad del héroe: indecisión, orgullo, simplicidad, ambición desmedida, etc. Estos serán, en conjunto, los elementos que funcionen como catalizadores y provoquen la catástrofe final.
Podemos tomar como ejemplo una de las tragedias más conocidas de Shakespeare: Hamlet, príncipe de Dinamarca. El tema principal de esta tragedia es la venganza de Hamlet por la muerte de su padre, el rey, cuando descubre, gracias a la aparición de un fantasma, que este ha sido asesinado por su tío Claudio.
El príncipe se siente ansioso por vengar a su padre y su locura fingida es parte de su plan, pero luego, empieza a pensar demasiado y a dudar sobre la veracidad de la aparición espectral. Más tarde, sus dudas empiezan a disiparse y es entonces cuando estalla un conflicto interno en el alma del héroe. Sus monólogos expresan su obligado silencio; su soledad es un ámbito abrumador y hostil. En el soliloquio que cierra el segundo acto, donde Hamlet ha preparado la representación de la muerte de Gonzalo, inspirada en la muerte de su propio padre, comprende que toda esa pantomima no es más que una forma de ocultar sus dudas; se insulta a sí mismo, se considera carente de voluntad. Reclama venganza, pero, al mismo tiempo, reconoce su indecisión, llegando a pensar en el suicidio, si no fuera porque, como él mismo advierte, las leyes divinas lo prohíben. Esto se percibe claramente en el famoso monólogo que comienza: “Ser o no ser…”.
En el tercer acto, Hamlet tiene la oportunidad de llevar a cabo su venganza, pero no lo hace y duda de nuevo. La indecisión es la causa de la tragedia de Hamlet, su incapacidad de actuar cuando se requiere.
Otra de sus grandes obras es Julio César, que, a pesar de ser a menudo considerada como obra histórica, presenta muchos de los rasgos que caracterizan la tragedia de Shakespeare.
Aunque la presencia de César rige la historia, el personaje central es Bruto, hombre de gran prestigio en Roma, lo que influye a Casio para escogerle como líder de la conspiración contra César: si Bruto toma parte en el complot, todos creerán que su muerte es necesaria para el bien de Roma.
Al igual que en otras tragedias, la presencia de lo sobrenatural es un elemento fundamental en la obra. Al final del cuarto acto, el fantasma de César se aparece a Bruto y le anuncia que le verá de nuevo en Filipi, lo que en realidad resulta ser la predicción de su muerte. También en otros pasajes encontramos estos elementos recurrentes: cuando el adivino previene a César de los idus de marzo, los temores de Calpurnia y sus terribles sueños o la referencia sobre los pájaros en relación con los presagios favorables o desfavorables.
También en algún momento surge la cuestión de la casualidad en el desarrollo, pues algunas muertes que tienen lugar al final de la obra parecen tener relación con el accidente fortuito. Este es el de Sinna, el poeta; aunque no ha tenido nada que ver con el asesinato de César, es atacado por la turba furiosa porque tiene el mismo nombre que Sinna, el conspirador. Debemos tener en cuenta que el concepto casualidad, ni para el mundo griego ni para el contemporáneo de Shakespeare tenía un valor racional. Si bien es cierto que hay diferencias entre la concepción filosófica en Grecia y la de la sociedad de Shakespeare, el concepto de casualidad arbitraria no aparece hasta el siglo XVIII y XIX.
La tragedia, al menos la conectada con la tradición clásica, no se debe contemplar nunca como una mera interacción de acontecimientos que desembocan en catástrofe. Esta sería una lectura simplista y superficial, pues, como señala el concepto de karma entre los hindúes, las causas, ya sean físicas o metafísicas, son a su vez efectos de otras causas anteriores. Visto de esta forma, lo casual solo lo sería en su forma aparente.
En cuanto al problema de la libertad y el destino, Shakespeare es menos explícito en sus obras que las tragedias clásicas, pero los conceptos griegos de Moira (hado, destino), Hibris (exceso, pecado) y Diké (ley de justicia y compensación) aparecen implícitos para entender la esencia de dicho problema. La libertad y el destino conviven en la tragedia, estando aquella condicionada por este.
El teatro de Shakespeare es, básicamente, un teatro vitalista, quizás desprovisto en parte de esa profundidad metafísica del teatro mistérico, pero sobrado de sensibilidad para captar y reflejar hasta el último detalle de todos los matices del hombre y su entorno, sus miserias y grandezas. Y todo ello expresado en un lenguaje intuitivo basado en la claridad literaria, que no procede del análisis metódico, abstracto y riguroso, sino de la intuición que sabe penetrar y humanizar todas las cosas. En ello reside, sobre todo, el valor atemporal de sus obras, que han sido reconocidas en nuestro siglo XX como la más alta cima en la historia del teatro europeo.

Einstein y la emoción mistica


La más bella emocion que podemos tener es la mistica. Es la fuerza de toda ciencia y arte verdadero. Para quien esta experiencia resulte extraña, es como si estuviera muerto.

Saber que existe lo que para nosotros es impenetrable, manifestandose como la mas alta sabiduria y la mas radiante belleza, que nuestras pobres facultades sólo pueden entender en sus formas más primitivas – este conocimiento, esta sensacion – está en el corazon de nuestra verdadera religiosidad.

En este sentido, y sólo en éste, pertenezco a las filas de los hombres devotos… Un ser humano es parte del todo… Se considera a sí mismo, sus pensamientos y sentimientos, como algo separado del resto – como una suerte de ilusion optica de su conciencia.

Esta ilusiones para nosotros como una prision que restringe nuestros deseos personales y nos encariña con unas pocas personas que nos son próximas.Nuestra tarea es liberarnos de esta cárcel ensanchando nuestra área de compasion hasta abrazar a todas las criaturas vivientes y a toda la naturaleza en su belleza. Nadie es capaz de hacerlo del todo, pero el intentarlo es, en sí mismo, una parte de la liberacion y el fundamento de nuestra seguridad interior.

Albert Einstein

Albert Einstein

Este artículo es una charla dada por Albert Einstein a la Liga Germana de Derechos Humanos, en Berlín en el otoño de 1932. Esta pequeña disertación aparece en el apéndice de "Einstein", de Michael White y John Gribbin, Dutton, Penguin Books USA, Inc., New York, 1994, página 262.


"Nuestra situación en la tierra parece extraña. Cada uno de nosotros aparece aquí involuntariamente y sin ser invitado para permanecer durante poco tiempo y sin saber los porqués ni las causas. En nuestra vida diaria sentimos que el hombre está aquí para los demás, para aquellos a quien queremos y para los que sus destinos están conectados con nosotros.

Me preocupa a menudo la idea de que mi vida está basada en gran parte en el trabajo de mis seres queridos y soy consciente de mi gran deuda con ellos. No creo en la libertad de la voluntad.

Las palabras de Schopenhauer: 'El hombre puede hacer lo que quiera, pero no puede determinar su voluntad' me acompañan en todas las situaciones de mi vida y me reconcilia con los actos de los otros, aunque me sean dolorosos. Esta conciencia de la falta de libertad de la voluntad me preserva de tomarme muy en serio a mí mismo y a mis seres queridos como individuos con capacidad de decisión y acción y también me preserva de perder el control.

Nunca deseé la opulencia ni el lujo, incluso los desprecio. Mi pasión por la justicia social me ha llevado a veces a conflictos con otras personas, asímismo como mi aversión hacia cualquier obligación y dependencia, las que no considero como algo absolutamente necesario. Tengo en alta consideración al individuo y una insuperable aversión por la violencia.

Todos estos motivos me han convertido en antimilitarista y un pacifista apasionado. Estoy en contra de cualquier nacionalismo, incluso en forma de mero patriotismo. Los privilegios basados en la posición y la propiedad siempre me han parecido injustos y perniciosos, al igual que cualquier culto exagerado a la personalidad.

Me adhiero al ideal de democracia, aunque conozco bien las flaquezas de las formas de gobierno democrático. He tenido siempre la igualdad social y la protección económica del individuo como las metas comunales del estado. Aunque en mi vida diaria soy un solitario típico, mi consciencia de pertenecer a la comunidad invisible de aquellos que luchan por la verdad, la belleza y la justicia me ha preservado de sentirme solo. La más profunda y maravillosa experiencia que puede tener un hombre es el sentido del misterio.

Es el principio que yace bajo la religión, las artes y la ciencia. Aquel que nunca haya tenido esta experiencia me parece, si no muerto, al menos ciego. Sentir que detrás de cualquier cosa que se pueda experimentar existe algo que nuestra mente no puede abarcar y cuya belleza y sublimidad nos alcanza sólo indirectamente como un débil reflejo, esto es religiosidad. En este sentido sí soy religioso. Para mí es suficiente con maravillarme con estos secretos e intentar humildemente de hacer en mi mente una imagen de la elevada estructura de todo lo que existe."

Albert Einstein

El poder de la palabra hablada

La ciencia ha descubierto que el sonido viaja a través del aire desde el punto donde emana, a la asombrosa velocidad de 331 metros (1083 pies) por segundo, actuando sobre las estructuras moleculares existentes en la atmósfera, alterando sus frecuencias vibratorias en un modelo en onda, después de lo cual es recibido por los órganos auditivos de una persona y es interpretado por la mente consciente. ¡Esta es en realidad una verdadera proeza¡

Sin embargo, las palabras habladas que son llevadas como ondas sonoras hacia otra persona poseen un poder aún más asombroso. Una vez que son interpretadas por la mente de la persona receptora -con mayor velocidad que la del sonido- esas palabras son transmitidas al corazón y al alma. Y, ¡cuanto poder pueden tener esas palabras¡

Las palabras pueden sosegar una mente preocupada: ofrecen guía e iluminación; ayudan a compartir ideas y conocimiento; animan y vivifican.

Por otra parte, las palabras pueden causar confusión y discordia. Pueden herir el amor propio, degradar y desestabilizar al ser interno. En suma, las palabras habladas en forma consciente pueden crear una polaridad ya sea positiva o negativa no sólo en los demás, sino también en nosotros mismos.

Las palabras - Vibraciones Poderosas

En el mundo actual, es fácil quedar atrapado en las vibraciones confusas y perplejas de nuestra tumultuosa época. A menudo se interrumpe nuestra paz interior y es muy dificil lograr equilibrio emocional. Todos nosotros, en un momento u otro, nos hemos sentido irritados por las condiciones externas y hemos hablado en forma brusca y airada a otras personas. En la mayoría de los casos esta es una reacción del momento, puesto que esas palabras airadas son expresadas en forma espontánea, sin pensar, y no son necesariamente un reflejo de la forma de hablar de la persona, sino de su conflicto interno al intentar conservar la paz y la armonía.

Pero, ¿y qué de las palabras que expresamos premeditadas y conscientemente? ¿Son sopesadas con cuidado teniendo en cuenta los sentimientos de otras personas? ¿Son iluminadoras y compasivas, o ignorantes y egoistas? ¿Crean armonía o discordia? ¿Son palabras de verdadera comprensión o son el producto del chismorreo y de la critica?

La murmuración, aún la "inocente" y "bien intencionada", es por lo general el resultado de ignorar la verdad sobre determinada situación, y usualmente injustificada. Se edifica sobre juicios erróneos, por la intervención de desconfianzas y suposiciones, y muy rara vez da como resultado la creación de una polaridad positiva.

Así como los átomos contenidos en el aire chocan y aceleran la vibración es una onda de sonidos, así también las palabras intrigosas se expanden en proporción, siguen su curso y, ¿con qué finalidad? cuando las palabras son tergiversadas y los pensamientos mal interpretados, la privacidad se ve invadida, se pierde la confianza, la fe es traicionada y se rompe la amistad.

Cuando las personas objeto de las intrigas escuchan las palabras que se dicen de ellas -y siempre llegan a sus oidos, porque así como rebota el eco una onda sonido, así rebotan las palabras intrigantes- se desarrollan sentimientos de autodegradación , cólera y desconfianza, mientras la confusión y la desarmonía reinan supremas. Si las palabras que hablamos producen tales efectos, ¿somos en realidad dignos maestros de la iluminación?

La Crítica Negativa

Por la misma razón, las palabras de crítica producen efectos negativos similares, pero de una manera más directa y compleja. Las palabras de censura que van dirigidas a una persona o a un grupo de personas, especialmente cuando son pronunciadas de manera consciente y acerba, no son sólo producto de la ignorancia y de un juicio erróneo sino, por lo general, representan más al punto de vista del propio ser interno de quien las profiere, que de aquél a quien se dirige. El Cretiqueo tiene con frecuencia una naturaleza dual, pues refleja autorectitud o desprecio de sí mismo. No sólo crean desarmonía en los demás, sino también en nuestro propio ser. La crítica constructiva puede producir algunas veces efecto positivo, pero cuando no es solicitada causa cierto grado de confusión interna. Pero, ¿cuál es la causa de que una persona crítique a otros? Es muy posible que a esa persona se le hayan dirigido alguna vez palabras de crítica que le produjeron un efecto adverso; tal vez fueron palabras que se repitieron una y otra vez, por lo cual quedaron cruelmente implantadas en su propia mente, corazón y alma.... un ciclo de palabras que con el tiempo perpetúan pensamientos y acciones negativos.

Si hemos de crear una polaridad positiva con las palabras que dirigimos a los demás, debemos cuestionar nuestro propio ser interno. cuando una persona desea hacer un examen de conciencia y viene a nosotros en busca de consejo, o cuando nosotros queremos hacernos un examen de coenciencia y solicitamos el consejo de otro, ¿son las palabras que se dicen beneficiosas y edificantes, o egoístas y carentes de comprensión? ¿mantenemos en secreto la lucha interna de la otra persona, o violamos su confianza repetiendo su problema a otros por exaltarnos?

El alma interna que brilla en la luz de la fuerza vital de todos nosotros, es perfecta. Cuando hablamos a otra Ama-Personalidad, ¿aumentan nuestras palabras la luz interior de esa persona, o intenta extinguirla? ¿Reconocemos la perfección en todos los seres y en nosotros mismos, o albergamos pensamientos y generamos palabras con los cuales una persona puede sentirse perturbada, perder el equilibrio y el orden perfecto, y fomentan una polaridad negativa?

Las palabras que pronunciamos transmiten una vibración mucho más poderosa de lo que pensamos, porque implantan imágenes en la mente; forman ideas o pensamientos que general acción y afectan el desarrollo. Puesto que todos nos aferramos por una existencia positiva de paz interna y externa, es indudable que nuestras palabras tienen que generar, de una manera positiva, atributos tales como confianza en sí mismo, paz mental, total armonía y equilibrio en todos los aspectos de nuestro ser. Entonces estableceremos una polaridad positiva no sólo en los demás, sino en nosotros mismos y en el Cósmico.